6 de febrero de 2014

Notre-Dame de París

Notre-Dame es muy vieja, y aún la hemos de ver
enterrar a París, al que ella vio nacer.
Mas, en unos mil años, el tiempo abatirá,
igual que un lobo a un buey, su carcasa pesada,
sus nervios quebrará con sorda dentellada,
tristemente sus huesos de piedra roerá.

Viajeros procedentes del universo entero
vendrán a contemplar ese vestigio austero,
las páginas de Víctor leerán boquiabiertos:
creerán ver así la anciana catedral,
tal como antaño era -recia, descomunal-,
erguirse ante sus ojos como sombra de un muerto.


GÉRARD DE NERVAL, 1832, Notre-Dame de París.