Ved aquí nuestra ley, la de la selva,
una ley tan antigua como el cielo.
Prosperará aquel lobo que la cumpla;
si no, rodará muerto por el suelo.
Como la enredadera abraza el tronco,
la ley, en su vaivén, va y viene y va.
Pues el lobo da fuerza a la manada,
y la manada al lobo fuerza da.
Cada día lavaos de cabo a rabo.
Bebed, mas sin exceso, no a lo loco;
no olvidéis que se caza por la noche,
pues el día hay que dárselo al reposo.
Quizá el chacal vaya detrás del tigre;
el lobo en cambio caza de por vida:
cachorro, en cuento os crezcan los bigotes,
salid a conseguir vuestra comida.
Vivid con los señores de la selva
en paz: el tigre, la pantera, el oso;
y no os burléis del jabalí en su cueva
ni molestéis a Hathi el Silencioso.
Cuando en la selva topen dos manadas
y ninguna quiera soltar el rastro,
esperad hasta que hablen ambos jefes,
y en justicia quizá arreglen el caso.
Si tenéis que luchar con otro lobo,
hacedlo solo y a distancia digna,
para evitar que, si interviene alguno,
la manada se vea reducida.
Es la cueva del lobo su refugio,
pero, si alguno lo ha elegido mal,
el consejo le enviarán un aviso
y deberá cambiarla de lugar.
Si a cazar vais antes de medianoche,
no despertéis los bosques con aullidos,
no se que, espantándose los ciervos,
los hermanos se vayan de vacío.
Podéis matar para vuestras parejas,
para vosotros y vuestros cachorros.
Mas no temáis jamás por puro gusto
y no matéis al hombre sobre todo.
Si le robáis la caza a alguien más débil,
no devoréis jamás toda la presa.
Los inferiores tienen su derecho:
dejadle, pues, la piel y la cabeza.
La caza de la manada es de todos:
comedla en el lugar donde se encuentre.
Nadie podrá llevársela a su cueva,
de lo contrario encontrará la muerte.
Mas la caza del lobo es carne suya
y puede hacer con ella lo que quiera.
Pero, si el lobo no ha dado permiso,
la manada no puede comer de ella.
El cachorro también tiene derechos.
Puede pedir comida de su manada,
siempre que el cazador ya haya comido;
nadie puede negarle su pitanza.
El derecho de cría es de la madre,
y puede pedir para su camada
una pierna de cada presa muerta;
nadie puede negarle su pitanza.
El derecho de la cueva es del padre;
para los suyos puede cazar a solas.
Queda exento de atender a la manada:
solo el consejo puede juzgar sus obras.
Por su edad, por su astucia y por su garra,
por su fuerza en cazar y acometer,
la palabra del jefe de los lobos
es ley en lo que no ataña a la ley.
Estas leyes, muchas y poderosas,
son las fundamentales de la selva.
Mas su cabeza y garra, su pata y su joroba
solo consiste en una: ¡Obedecerlas!
RUDYARD KIPLING, El libro de la selva