11 de marzo de 2015

El Señor de la Muerte (punyabi)

Érase una vez un camino en el que morían cuantos viajeros lo recorrían. Había quien decía que era una serpiente quien los mataba y había quien decía que era un escorpión, pero la cuestión era que todos morían. En una ocasión un hombre muy anciano que andaba por el camino tomó asiento en una piedra al sentirse fatigado y de pronto vio ante él un gigantesco escorpión. Grande como un gallo, el escorpión se transformó en serpiente ante sus propios ojos y se alejó reptando. Atónito, el viejo decidió seguirlo a cierta distancia para descubrir qué era en realidad.
Día y noche, la serpiente se deslizaba de acá para allá y tras ella iba, como su sombra, el anciano. Una vez entró en una posada y mató a varios viajeros; en otra ocasión se coló en el palacio y mató al mismísimo rey. Trepó por el canalón de los aposentos de la reina y dio muerte a la menor de sus hijas. Así continuaron las cosas, y allá donde fuera pronto resonaban llantos y gemidos, y el anciano la seguía, silencioso como una sombra.
El camino se convirtió de pronto en un río ancho y profundo, en cuyas orillas aguardaban viajeros pobres que deseaban cruzarlo y no tenían dinero para pagar al barquero. La serpiente se convirtió entonces en un hermoso búfalo, con un collar de latón al cuello del que colgaban varios cencerros, y se plantó en el río. Al verlo, los viajeros dijeron:
-Este animal va a volver a casa cruzando el río a nado. Nos llevará a la otra orilla si nos matamos sobre su lomo y nos agarramos a su cola.
Montaron, pues, sobre él y el búfalo se lanzó al agua. Al llegar a la mitad del río, donde era más profundo, se puso a patear y a dar tales sacudidas que tiró a los viajeros o se desprendió de ellos. Todos se ahogaron.
El viejo cruzó en la barca y al llegar a la margen opuesta el búfalo había desaparecido y en su lugar había un espléndido buey. Al ver aquel magnífico ejemplar merodeando a sus anchas sin que hubiera señales de su dueño, un campesino se encaprichó con él y lo atrajo a casa. El buey era muy manso y permitió que lo atase junto al resto del ganado. Pero en plena noche se transformó en serpiente, mordió a todo el rebaño, mató a los habitantes de la casa mientras dormían y se fue furtivamente. Tras ella iba el viejo, silencioso como una sombra.
Llegaron poco después a otro río y allí la serpiente adoptó la apariencia de una bella joven engalanada de joyas de pies a cabeza. Dos hermanos, soldados ambos, acertaron a pasar por allí al rato y cuando se acercaban a la muchacha, ella prorrumpió en amargos sollozos.
-¿Qué te pasa? -preguntaron los hermano-. ¿Por qué una mujer tan guapa y joven como tú está aquí sola?
La mujer serpiente respondió así:
-Mi marido me llevaba de vuelta a casa. Mientras esperábamos a la barca, fue a lavarse la cara, resbaló en una piedra, cayó al río y se ahogó. No tengo a nadie más, mis parientes viven muy lejos.
-Nada debes temer -dijo el mayor de los hermanos, a quien la belleza de la mujer había cautivado-. Si vienes conmigo y te haces mi esposa, yo cuidaré de ti.
-Con dos condiciones -replicó la mujer-. Nunca debes pedirme que mueva un dedo en las faenas de la casa. Y tendrás que darme todo lo que te pida.
-¡Te obedeceré como un esclavo! -exclamó el joven.
-Entonces ve a ese pozo a traerme un tazón de agua. Tu hermano se quedará acompañándome -dijo la muchacha, y, en cuanto el hermano mayor volvió la espalda, le dijo al hermano menor-: vayámonos antes de que vuelva. Te amo a ti. Le he mandado a por agua para librarme de él.
-No, no -dijo el joven-. Le has prometido hacerte su esposa. Para mí eres como una hermana.
La mujer montó en cólera al oír esto. Al ver que el hermano mayor regresaba con el agua, se puso a llorar y a lamentarse a voces.
-Este hermano tuyo es  un mal hombre -le dijo a gritos-. ¡Me ha pedido que me fugue con él y te deje a ti plantado!
Sin dar tiempo al hermano pequeño a decir una palabra, el mayor desenvainó la espada y se enzarzaron en una pelea. Todo el día estuvieron luchando y al caer la tarde ambos yacían muertos a la orilla del río. Entonces, la mujer volvió a transformarse en serpiente y el anciano la siguió, silencioso como una sombra.
Por último, la serpiente se convirtió en un anciano de barba blanca. Cuando el viejo que la seguía vio a otro hombre de su edad, se armó de valor para acercarse a él y preguntarle:
-¿Quién o qué eres?
El viejecillo de barba cana sonrió y dijo:
-Algunos me llaman el Señor de la Muerte, porque recorro el mundo sembrando la muerte.
-¡Mátame a mí! -le rogó el anciano-. Llevo muchos días siguiéndote y he sido testigo de tus artimañas. Estoy harto de la vida.
-Ah, no, todavía no -repuso el Señor de la Muerte, sacudiendo la cabeza-. Sólo doy muerte a aquellos a quienes les ha llegado su hora. ¡A ti te quedan sesenta años de vida por delante!
Y dicho esto, el viejo de barba blanca se esfumó. Pero ¿era realmente el Señor de la Muerte o era un demonio? ¿Quién lo puede saber?




Edición de A. K. RAMANUJAN, Cuentos populares de la India