Un sabio tenía varios discípulos a quienes transmitió su creencia más arraigada: «Dios está en todas partes y habita en todos. Por eso debéis tratar a todas las cosas como a Dios mismo y reverenciarlas».
Cierto día en que uno de los discípulos salió a hacer recados, un elefante enfurecido se desbocó en medio del mercado mientras su cuidador decía a voces:
-¡Apartaos! ¡Apartaos! ¡El elefante está furioso!
Recordando las enseñanzas de su gurú, el discípulo se negó a correr. «Dios habita en este elefante y también en mí. ¿Cómo podría Dios hacer daño a Dios», pensó, y se quedó plantado donde estaba, henchido de amor y devoción. El cuidador del elefante le gritó desesperado:
-¡Apártate de ahí! ¡Vas a salir malparado!
Pero el discípulo no se movió ni un milímetro. El elefante enloquecido lo agarró con la trompa, lo volteó en el aire y lo arrojó al suelo. Allí quedó tendido el pobre hombre, todo magullado, sangrando y, sobre todo, defraudado porque Dios lo hubiera tratado así. Cuando su gurú y los demás discípulos llegaron a rescatarlo y a llevarlo a casa, le espetó al maestro:
-¡Decías que Dios está en todas partes! ¡Mira cómo me ha dejado el elefante!
-Que Dios está en todas partes es cierto -replicó el gurú-. El elefante es Dios, no hay duda. Pero también es Dios el cuidador del elefante que te advirtió de su camino. ¿Por qué no le hiciste caso?
Edición de A. K. RAMANUJAN, Cuentos populares de la India