Aunque no existía plegaria que le aplacara, Hades no era un dios maligno. Su versión romana, Plutón ("el rico"), era más benigna, porque se consideraba que él era el que proporcionaba las riquezas del mundo. En los infiernos se juzgaba la vida de los que habían muerto, y en función de ella se decidía su destino: el Elíseo para las almas buenas o el Tártaro para las malas.
Hades era el hermano más joven de Zeus, por eso, al repartirse el mundo, le correspondió la parte más oscura y triste: el mundo subterráneo de los infiernos, lugar oscuro y funesto habitado por sombras. Hades tenía un carácter despiadado y feroz, igual que el vigilante de la puerta del infierno: un perro de tres cabezas y cola de dragón llamado Cancerbero, que impedía a los vivos entrar y no dejaba salir a los muertos. Sin embargo, esta regla tuvo algunas excepciones: recordaréis a Perséfone, que pasaba cuatro meses en el infierno y ocho en la tierra. Algunos héroes, como Hades y Odiseo, bajaron a los infiernos y consiguieron salir de allí. También lo hizo Orfeo, un poeta y músico casado con la bella ninfa Eurídice. Para desconsuelo de Orfeo, un día Eurídice murió, pero él descendió a los infiernos a pedir que regresara viva. Sus poesías y canciones eran tan hermosas, que incluso Hades se conmovió y dejó que se llevara a Eurídice con la condición de que no volviera la cabeza para mirar ni una sola vez hasta haber salido del infierno. Orfeo no pudo resistir la curiosidad y volvió la vista, con lo que perdió a su amada Eurídice, esta vez para siempre.
Mitología: dioses, héroes y leyendas.