Escondí una vela y contemplé la llama
que bailaba y giraba,
salvaje y libre,
y me capturó para prenderse en mis ojos.
Cuando le pasé la mano por encima
se agitó,
la llama se elevó aún más y ardió con fuerza.
Cuando retiré la mano, el fuego vaciló,
se debilitó y se extinguió.
Alargué la mano de nuevo para saborear la llama.
¿Quemaría y escaldaría? ¿Heriría y abrasaría?
¡No! Me estremecía y calentaba,
ardía lentamente y brillaba,
me iluminaba en cuerpo y alma.
Reluciente, luminoso, radiante,
era el feroz rubor de sus mejillas.
COLLEEN HOUCK, El desafío del tigre